María Romero Meneses
Nació el 13 de enero de 1902 en Nicaragua, más precisamente en Granada, una ciudad rodeada de montañas y engalanada por el gran Lago de Nicaragua. En este bello lugar vivió María hasta su primera juventud.
Sus padres, Félix Romero y Ana Meneses, educaron a sus hijos en la vida de fe. Ana fue la segunda esposa de don Félix, a quien encontró viudo, con dos hijos y con 20 años de ventaja. María fue la segunda de doce hermanos.
Según se cuenta, una vez Doña Anita le preguntó a la pequeña María:
–María, ¿qué hiciste con el vestido nuevo que estrenaste en la fiesta de tu hermanito?
–Ah… ese se lo di a una niña pobre, mamá.
–¿Regalaste ese vestido tan nuevo y tan bonito?
–Sí, mamá, esa niña traía un vestido tan viejo, todo manchado y remendado… Yo pensé que se vería bonita si llevara mi vestido… Además, ¡a los pobres se les da lo mejor!, ¿no es cierto, mamá?
La madre no tuvo respuestas, pero le agradaba que su hija fuera generosa con los más necesitados.
Esta sensibilidad por el prójimo, especialmente por los pobres, se acentuó cuando su padre, que era un acaudalado hombre de negocios de Granada, fue estafado y quedó en la ruina.
En 1910 las Hijas de María Auxiliadora habían llegado a Nicaragua.
Cuando tuvo la edad, María ingresó al Colegio María Auxiliadora, donde hizo su Primera Comunión. Desde entonces, sintió que Jesús estaba con ella y que nunca la abandonaría.
Movida por un profundo deseo de enseñar a los niños a amara a Jesús y a María y en respuesta al llamado de Dios, María viajó al vecino país de El Salvador, donde las Hijas de María Auxiliadora tenían su casa de formación.
Durante este período, María afianzó su confianza en Jesús y en la Virgen. Estaba segura de la Madre Auxiliadora la iba a ayuda, en todo lo que emprendiese por el bien de los demás.
María profesa en 1923 como Hija de María Auxiliadora y regresa a Nicaragua, al colegio donde ella había estudiado. Todos recuerdan su carácter alegre y una curiosa libreta donde anotaba pensamientos que, al azar, leía a las niñas de la escuela. Este block de notas, iniciado en 1924 y que cobija sus sentimientos y frases y pensamientos de autores cristianos como San Juan de la Cruz, Santa Catalina de Siena, San Agustín y Santa Teresa de Jesús, es hoy un libro llamado “Escritos Espirituales”.
En 1931, María es destinada a la comunidad del Colegio María Auxiliadora de la ciudad de San José, la capital de Costa Rica, país que llegó a ser su segunda patria, tras 46 años de misión en esa tierra.
En esta casa, María estaba a cargo del coro (era maestra de música y canto) y enseñaba a las niñas a dibujar y pintar.
El día que se enfrentó a su primera clase, las alumnas no la querían y se escondieron entre los muebles del aula. Pero a María no le importó. Empezó a tocar el piano y la melodía convenció a las niñas.
Un día, una hermana de su comunidad le comentó: “Mis alumnas, en mi clase, se comportan como en misa”. Y María le respondió: “Pues en mi clase, mis alumnas se portan como al salir de la misa… una algarabía”. Ella era como sus alumnas: alegre, divertida, honesta, bondadosa.
Observando cómo los protestantes iban casa por casa, predicando por las calles de San José, María invitó a las niñas del coro y a las alumnas del colegio a ir también a las casas de los barrios más pobres, llevando la Buena Noticia y difundiendo la devoción a María Auxiliadora. Este grupo fue bautizado como las “misioneritas”. María también organizó varios Oratorios festivos en San José y en los pueblos de los alrededores. Las “misioneritas” colaboraban en la animación y en la catequesis.
Un día estaba María visitando un cafetal con sus “misioneritas” y dijo: “Aquí construiré mi casa”. Dejó caer una medalla y dijo su frase favorita: “Dios proveerá”. En ese mismo lugar, tras organizar rifas, hacer peticiones y pedir un préstamo, levantó la Casa de María Auxiliadora o Casa de la Virgen.
Esta casa fue destinada como hogar para personas pobres. Allí también se montó un dispensario y un consultorio de atención médica gratuita para pacientes sin recursos económicos, y una escuela para niños de la calle.
La audacia creativa que animaba a la Hermana María se apoyaba en una fe viva y en una gran confianza en la ayuda de María, su Reina. La Hermana María era también una buena consejera. A ella acudían las personas y a todas les daba una palabra y agua bendita. Una vez llegó un señor que venía a contarle que su hijo había tenido un accidente y se había fracturado la cabeza, por lo que era muy difícil que pudiera seguir viviendo. María le dio “el agua de la Virgen” para que le pusiera a su hijo o se la hiciera tomar y le recomendó que rezara los “quince sábados a la Virgen”, unas oraciones que María recomendaba a menudo. El creyente debía comulgar cada sábado al pedir la gracia que necesitaba. Al tiempo, llegó el señor con su hijo recuperado.
La fama del “agua milagrosa” que entregaba la Hermana María a los pobres y enfermos fue creciendo. Aún hoy acuden a las obras de María en busca de agua bendita. La gente acudía tanto a ver a María que, a veces, se agotaba de tantas personas que llegaban a buscarla en busca de consejos y oraciones.
Su popularidad y credibilidad como mujer pública crecían. En 1968 fue declarada Mujer del Año por la Unión de Mujeres Americanas. Un año más tarde, viajó a Italia para hablar de sus obras. María soñaba con construir casas para las familias más necesitadas. Con la ayuda de personas generosas, creó la Asociación de Ayuda a los Necesitados (Asayne). En poco tiempo logró comprar unos terrenos y luego construyó casitas que daba a la gente que no tenía un techo con la condición de que vivieran como buenos cristianos.
Así se fundaron varias “ciudadelas de María Auxiliadora” en San Gabriel de Aserrí, en Lomas de Desamparados de San José y en la Urbanización Santa Teresita de Aserrí. Además de la Casa María Auxiliadora, la Hermana María también creó la Casa Maín, dedicada a acoger a mujeres jóvenes que viven en la calle. Con más de 75 años cumplidos, la Hermana María estaba cansada y muy enferma. Su superiora le sugirió un descanso en Nicaragua, su tierra natal. Su familia le consiguió una casa frente al mar en Las Peñitas, en la ciudad de León. María siempre decía que quería morir frente al mar, en el momento en que el sol se ponía. Al despedirse de las hermanas en San José, les dijo que ya no volvería a ver el Sagrario de la capilla, que con tanto amor construyó para la Virgen. Se fue a Nicaragua. Ya en la casa de Las Peñitas, junto con algunas hermanas y familiares, una tarde se fue a descansar. Cuando vieron que no regresaba para comer, fueron a buscarla y la encontraron ya muerta.
Murió, como había deseado, viendo a Jesús, su “Divino Sol” como lo llamaba, en cada gota del océano Pacífico. Era el 7 de julio de 1977. Los funerales fueron en San José de Costa Rica. Centenares de personas acudieron al entierro. “Se puede decir que más que un funeral, era la procesión de un santo, de una santa, porque esa era la forma en que toda la gente pensaba de Sor María”, se asegura su biografía. Sus restos descansan en San José, junto a la gran obra que ella fundó.
Para muchos, María fue todo un “Don Bosco”, pero en versión femenina. Su memoria se celebra el 7 de julio.